La parca le rondaba desde hace
tiempo, aunque él se empeñaba en regatearla como en esas escenas de televisión
históricas con interferencias que hoy rememoramos en Youtube. Los gritos de
alegría de Víctor Hugo Morales se convierten hoy en lagrimas de un pueblo que
se extienden por el planeta. Buenos Aires, Nápoles, Barcelona, Sevilla… todos
aquellos lugares en los que el pelusa
dejó su legado de fútbol místico abrirán hoy sus particulares capillas
ardientes. Murió Maradona, murió el fútbol. Porque daba igual en qué lío se
metiese Diego Armando. No importaba. Siempre vencía su relación de amor con la
pelota. El tango eterno de un hombre corriente sobre la tierra o el césped, bailado
con una separación de milímetros con un esférico que lo seguía como hipnotizado.
Suyo, porque si él salía a la cancha, era de su propiedad. Nadie pudo nunca
discutírsela. Jamás un contrario osó poner en duda su matrimonio natural con el
arte del fútbol. Dirán que somos los lacrimógenos del deporte rey. Que cantamos
las alabanzas de alguien que no fue ejemplo de nada. Ni quiso serlo. Nunca dio
lecciones a nadie, salvo a tantos y tantos defensas derrotados que hincaban la
rodilla, cuando no se la quebraban al genio. Cómo no rendir homenaje a los que
como él han llevado tanta alegría a millones de personas. Qué se hace para
despedir con los honores adecuados al que devolvió el orgullo de pertenencia a un todo país con un gol que no debió subir al marcador. La Pérfida Albión se
quedó con la isla, y Argentina con el tesoro. Se marcha para siempre un jugador
incomparable al que comparan con cualquier joven talento que despunta en los
equipos de barrio. Como él, que no salió de ninguna escuela de élite
futbolística aunque se formó deportivamente en el que parece ser un lugar
escogido para regalarnos deidades zurdas. Que sí. Que le dio a todo, y se juntó
con personajes corrosivos. Pero él era el peor parado. Siempre quiso dejar a un
lado de sus derrapes existenciales a su alma gemela. Jamás quiso manchar la
pelota con su vida fuera del estadio. Y a quién le importan sus debilidades.
Como dice un buen amigo, nos interesan poco los futbolistas fuera del pasto.
Las maravillas ocurren sobre un fondo verde. Los milagros solo se manifiestan
en un rectángulo apisonado por los tacos que agarran para no caer al vacío.
Igual que Diego se enganchaba siempre a la vida, por duras que fuesen las
embestidas. No resistió la última; ya no corría sobre sobre la hierba. Era un
mortal más, que seguía bailando tango.
Search
Entrada destacada
Noches de Poder. Capítulo 1. Viernes, 11:00h
Llegó al hotel junto al resto de sus compañeros de la delegación. La mayoría eran viejos conocidos, con los que había mantenido batall...


Colaboraciones
Con la tecnología de Blogger.

0 comentarios:
Publicar un comentario