Columna publicada en Diario Palentino el día 21 de Junio de 2007
La concesión del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades a Google ha venido acompañada de una polémica, en mi opinión bastante absurda, cuyo eco en la red ha tenido cierta entidad. Me explico. El que se le achaque a la empresa propietaria del buscador más usado del mundo colaborar con las autoridades chinas en la censura de Internet que existe en aquel país, es una afirmación tan real como hipócrita. Gobiernos, empresas y todo tipo de entidades colaboran con el gigante chino haciendo oídos sordos a las demandas de democracia y libertad que claman sus ciudadanos. Por favor, si hasta les hemos otorgado el honor de organizar los Juegos Olímpicos. Ahora muchos se rasgan las vestiduras y señalan a Google con el dedo, aunque en la mayoría de casos el índice debería darse la vuelta y apuntarles directamente al pecho. Desde hace ya décadas nadie osa molestar a la potencia asiática, y las democracias occidentales se dan codazos para poder hacer negocio en lo que han llamado «economías emergentes», que no son otra cosa que nuestro mismo modelo de crecimiento pero con salarios veinte veces más raquíticos. El resumen es un poco tosco, pero más o menos eso es lo que hay. Al margen del resultado de la votación final para conceder el premio, no hay duda de la justicia del mismo. Google mantiene una hegemonía que en España resulta apabullante para sus competidores, y cada día pone a disposición de los usuarios, de forma gratuita, nuevas herramientas que simplifican nuestras vidas. Qué haríamos muchos sin Google Maps, por ejemplo. Ya les contaba la semana pasaba lo útil que nos está siendo por estas tierras austriacas su especial sobre la Eurocopa, con el que localizamos estadios y locales hosteleros como si fuésemos nativos. Más allá de los debates que puedan mantener los grandes entendidos en esto de las nuevas tecnologías, Google ha puesto a disposición de muchos herramientas que sólo eran accesibles para unos pocos. Por eso, no resulta sorprendente que, desde sus atalayas, los que antes hacían negocio con lo que hoy Google ofrece gratis, lancen sus dardos envenenados aprovechando cualquier coyuntura. Desde luego están en su derecho, aunque en esta ocasión sí podría decirse aquello de «el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Enhorabuena a Google y sus creadores por tan importante galardón, sin ninguna duda, merecido.
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