
La gran esperanza blanca de occidente en el régimen cubano ha descubierto sus cartas de la forma más triste y despiadada posible. Raúl Castro ha dejado morir a Orlanzo Zapata Tamayo. Lo ha hecho sin miramientos, sin un ápice de humanidad ni preocupación por un ciudadano cubano que estaba bajo su responsabilidad proteger. El colmo de la humillación de Zapata, algo que puede aplicarse a todo el pueblo de Cuba, fue la celebración de un funeral practicamente en la clandestinidad, controlado en todo momento por las fuerzas represoras del régimen. Algo de eso sabemos en España. Algo de terrorista tendrá un gobierno que introduce a sus ciudadanos en la parte trasera de coches de fabricación china para intimidar su libertad y amedrentar sus ganas de reivindicar un cambio en la isla. Si el terror y el miedo son la garantía de cohesión de cualquier estado, la barbarie se ha instalado en su gobierno. No hay más.
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