Tenemos cierta tendencia en este país a nadar en nuestro propio fango con gusto y reincidencia. No hemos tenido nunca ese chovinismo que nuestros vecinos del norte han cultivado con más mimo que el cabernet sauvignon. Sería complicado explicar las causas que confluyen para que nos comportemos como nuestros peores enemigos - al suelo, que vienen los nuestros - pero probablemente una de ellas sea esa actitud cainita, reducida al navajazo de callejón, que alimenta la vida política de nuestro país. Pese a que muchos gritan ¡España! cada cuatro palabras pronunciadas, eso no les convierte en grandes patriotas. Si se analiza el contexto de las frases en las que se hace referencia a la causa, la inmensa mayoría tienen el objetivo de cargar contra alguno de sus pilares. Debe tratarse de ese nuevo nacionalismo español, nacido de la negación misma de sus instituciones más importantes y de los logros que como nación España consigue en cualquier ámbito.
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