No podemos abstraernos de la realidad que supone nuestra convivencia
diaria con el mal. Lo encontramos en actitudes cotidianas, cercanas, a
las que en muchas ocasiones no damos la dimensión que merecen por su
continua repetición a nuestro alrededor. Llegamos a acostumbrarnos de
tal manera a esas pequeñas dentelladas de actos claramente malvados que
su naturaleza se pervierte para sobrevivir entre la maraña de lo
habitual.
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