miércoles, 5 de marzo de 2014

Obama y la movilización a la española



No levantaba más de un metro del suelo, pero lo recuerdo perfectamente. Los coches empapelados de carteles electorales recorrían mi pueblo con la música a todo volumen saliendo de unos altavoces enganchados al techo del vehículo de las formas más extrañas. Canciones de libertad y cambio, promesas de democracia y futuro gracias al voto para unos u otros. Los panfletos con todo ello puesto por escrito para que quedase constancia volaban por las ventanillas, mientras los críos corríamos detrás, recogiendo todos los que podíamos y pidiendo a gritos que dejasen de tirar papeles y pasasen a los caramelos y globos. Así, por la vía rápida.




Mi padre conducía uno de esos coches, y lo hacía porque era suyo. Los padres de algunos de mis amigos hacían lo mismo. Al salir de trabajar, cada tarde, recorrían la Tierra de Campos pidiendo el voto y ejerciendo la libertad que tanto se hizo esperar, incluso tras el óbito encamado del dictador. Nadie les daba una peseta para gasolina, ni cobraban dietas por desplazamiento. Tenían tantas ganas de hablar sin miedo, de gritar a los cuatro vientos lo que pensaban, que agarraban el micrófono dejando temerariamente solo una mano para el volante y repetían una y otra vez la fecha y hora del mitin que se celebraría en la escuela. Lo de menos era el contenido. Lo importante ya se había logrado: tenían voz, y la prestaban a su partido sin pedir nada a cambio. En la política de ahora, poblada de gurús, se les llamaría “voluntarios”. Y si tuviesen un ordenador, les colocarían un 2.0 detrás. Qué manía con las etiquetas, para todo…

Movilizar a miles de personas para apuntalar una campaña electoral no solo es el fruto de una elaborada estrategia resultante de la fusión de un toque de marketing y algunas técnicas de reclutamiento propias de los scouts. Tiene que ver con la esencia misma de lo que moverá a los ciudadanos de sus casas hasta los colegios electorales. Solo la ilusión, encarnada en un candidato o candidata que haga confiar de nuevo a la gente en las posibilidades de la política para transformar y mejorar sus vidas, logrará poner en marcha la maquinaría. A pesar de que no es lo políticamente correcto, hay que reivindicar la figura de los líderes, de las personas, por encima de los kilos de folios con resoluciones, programas y artículos que nadie mira nunca pero, dicen, contienen las tablas de la ley ideológica de cada formación política. La voz es el mejor canal de comunicación para la ilusión. Una mirada. Esa actitud de alguien que te transmite las ganas de salir a la calle para decirle al vecino de al lado que tiene que votar a esa mujer que acaba de salir por la televisión. Nos cansamos de ver y estudiar una y otra vez la campaña de Barack Obama, y como movilizó a tantos, sin darnos cuenta de que aquí ya habíamos inventado eso hace décadas. Preguntémosle a nuestros padres por qué lo hacían. Por que recorrieron tantos kilómetros y llamaron a tantas puertas. Puede que entonces encontremos un fórmula mucho más eficaz, duradera y auténtica, aunque sea menos cool para disertar sobre ella en cualquier conferencia sobre movilización política.



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