Desde arriba siempre debería sentirse vértigo. El miedo a la
caída y la inevitable entrevista con el suelo donde esperan aquellos
que te auparon a los cielos. Ese vértigo tendría que ser un seguro. El
tope que garantiza habitar siempre en los terrenos de la cordura.
Lamentablemente la altura produce efectos extraños en la mayoría.
Daríamos mucho por saber si son solo cambios, o realmente sacan el
verdadero yo del que asciende la cumbre.
Así como en la montaña la falta de oxígeno pone a prueba la
resistencia, en la vida el poder examina los principios y el sentido del
deber. Son muchos los que, sin atisbo de temor, creen aprobar con nota
mientras el suspenso va marcado en su estampa. No contribuye a volver a
sintonizar la emisora de la realidad el ruido alrededor del elegido.
Esos ecos de fondo que repiten las alabanzas espantan el buen juicio.
Expulsan del perímetro todo aquello que no se pronuncia con los dedos
cruzados a la espalda. Aniquilan la responsabilidad para dejar paso al
interés. La tentación entra por la puerta, y el deber salta por la
ventana. Entonces el mundo se convierte en un lugar hostil. Solo se
encuentra la paz en los interiores de una cárcel construida con
ladrillos de ambición y soledad. Las voces, que antes llegaban de los
alrededores, ahora suenan desde dentro.
De la cima solo sale un camino, y siempre es hacia abajo.
Solo queda ensalzar un legado… y que nadie ocupe el lugar que con tanto
sudor se ha conquistado. ¿Nadie? Es imposible. Por el sendero que sube
hay una manifestación. ¿Quién? La tentación, que ha compartido tantos
días cerca del cielo, susurra al oído soluciones mágicas. Ninguna se
aproxima al deber de quien deja huella tan honda y tan alto, pero qué
importa. El castillo debe ser heredado. La incertidumbre no es una
opción. De los que vendrán, solo el que alabe lo vivido y hecho más allá
de las nubes podrá ser digno de ocupar el espacio liberado. No hay
sitio para el que cuestione. Las preguntas deben hacerse solo cuando
merecen una respuesta positiva. Y comienza el descenso. Quedan
encendidas las luces, y abierta la puerta con presentes en el vestíbulo.
También se queda la tentación. Solo un poco más, dice. Acompañará al
siguiente. Qué ignorante fuiste… la tentación vive arriba. Siempre.
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