Pocas personas, cuando su vida se acerca a los cuarenta palos y entran ganas de comprarse un adosado y un coche deportivo, pueden mirar atrás y decir que su escenario vital es idéntico al que observaban cuando rozaban la mayoría de edad y faltaban bares los fines de semana para dar rienda suelta a la diversión, e incluso algunos excesos. Son muchos los condicionantes que nos llevan a elegir senderos que inevitablemente no pueden ser seguidos por muchos de los que nos acompañaban en aquellas noches de verano. Y no es malo. Podríamos decir simplemente que la vida es así, pero en mi opinión es bastante más complicado, aunque lógico. A los veinte años, al menos en mi caso, comenzábamos a mirar al futuro con cierta curiosidad. Dos años antes mirar al futuro era pensar que teníamos hora y media para que cerrase la disco y se nos terminaba el tiempo para realizar las tareas que allí nos quedaban por hacer. Las que fuesen. Empezaba como un cambio sutil, acompañado de una reflexión que en aquel momento no generaba ninguna preocupación, pero sería recurrente desde ese instante. Elegí salir de la ciudad en la que vivía para buscar fortuna, recorriendo muchos lugares de este país y conociendo a buena gente y grandes profesionales que llenaron mi vida. Me sirvió para descubrir que fuera no hacía frío, o al menos no en una cantidad superior al que ya me helaba los huesos en mi tierra natal. Esa decisión no la tomé contra nadie. No era un alegato contra mis raíces, ni contra mi familia, ni mucho menos les decía a mis amigos que no disfrutase con ellos. Simplemente sentía que tenía que hacer otras cosas que no podría poder llevar a cabo a su lado. Era algo que me correspondía a mí, y solo a mí. A veces los demás no entienden los caminos que elegimos. Se creen ombligo alfa en el mundo de los ombligos, u oráculos a los que se debe consultar cualquier elección. El tiempo, que es como un martillo al Sol para estas cuestiones, termina por difuminar lo que otrora fueron amistades intensas, para dejarlas en recuerdos de un pasado que no fue mejor que el presente que vives. Hoy me apetecía escribir estas líneas para decir que cuando uno busca su camino solo necesita gente a su alrededor que apoye esa decisión y diga: "Aquí nos vas a tener siempre. No importa si te va mal y las cosas no salen como esperas. Esta es tu fortaleza y nosotros los que estamos deseando que encuentres lo que buscas". Es una pena que solo en contadas ocasiones esto ocurra así. Puede que sea condición de este carácter castellano nuestro, que nos lleva a fijarnos más en las desgracias ajenas que en los propios triunfos. Pese a todo, yo por lo menos pienso mucho en aquellos tiempos. Aunque aquel recorrido que inicié me llevó a encontrar lo que buscaba y a una vida plena en lo personal y profesional, no puedo evitar echar la vista atrás y dibujar un sonrisa cuando recuerdo anécdotas, días, noches y viajes. No me gustaría intentar la experiencia de repetirlo ahora. Prefiero recordarlo como fue, incluso con esa niebla fina que ponen los años por encima de los recuerdos. Lo peor que tienen los caminos que eliges en la vida es recorrerlos en sentido contrario sabiendo lo que te espera al regresar. Yo prefiero mirar hacia adelante. Me gusta no tener ni idea de lo que habrá al doblar la esquina. Os aseguro algo: la experiencia me ha enseñado que te encuentras cosas extraordinarias. Oportunidades que nunca tendrías de no andar con decisión hacia lo desconocido. Me han pasado tantas cosas buenas desde que elegí mi camino, que ahora no entendería mi existencia de otra manera.
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