Desde que Al Gore descubrió
para la mayoría que nuestro planeta se estaba calentando tan rápido como un socio del Real
Madrid esta temporada, a partes iguales aparecieron alarmistas y negacionistas
de lo que hemos llamado cambio climático. Yo me fío de Al Gore. Jamás he visto
encajar un atraco electoral con tanta deportividad y sin provocar una fractura
social en el país que fue testigo de aquel triste episodio para la democracia.
Creo que este hombre se ganó el derecho a hablar de lo que le diese la gana, y ser escuchado. Quizá por ello su aviso en forma de documental sonó como un
trueno en todo el mundo. La avalancha de datos y gráficos no dejaba lugar a la
duda: hemos encendido la calefacción, y de momento nadie baja la temperatura
del termostato. Por si nuestra propia incapacidad como especie no fuese
suficiente, individuos superiores en la capacidad de involución han tomado el
mando de muchos países que podrían ser el motor del cambio en este avance hacia
la combustión. Uno se pregunta cómo pueden estos personajes, centro del teatro
político mundial, ser capaces de ignorar el legado que van a dejar a las
próximas generaciones. Peor todavía son aquellos que susurran al oído de los responsables
de velar por el bien común. Lo siento, pero no voy a hablar de las élites, los
poderosos o poderes en la sombra. Todavía no he visto tantas horas de House of
Cards. Los asesores a los que me refiero no necesitan de influencias externas.
Son lo suficientemente radicales en sus pensamientos que se bastan y sobran
para convencerse de la planicie de la Tierra con solo leer el blog que
cualquier onanista solitario de Nebraska escribe desde la soledad de su
habitación mientras su madre le pide a gritos que, por lo más sagrado, se
cambie de ropa al menos una vez a la semana. Para muestra, la cofradía de susurradores
que acompañó al líder del mundo libre hasta la Casa Blanca. Comparado con
ellos, Donald Trump podría aspirar al Nobel. Estamos poniendo nuestro destino
en manos de incompetentes. Sé que ante las adversidades cotidianas casi nadie
tiene tiempo ni cuerpo para preocuparse por las consecuencias en el siglo que
viene de nuestro modelo de desarrollo. Y no se puede culpar a nadie por ello.
Si en medio de una campaña electoral se presenta un candidato prometiendo
reabrir la fábrica de coches que lleva cerrada una década, le darán tila al que
luego pase por allí y nos hable de que hay que darle una vuelta al tema y
probar con otro tipo de industria. Váyase al carajo. Queremos volver a
trabajar. Y así, con un programa que podría escribir un niño de cuatro años,
llega alguien al poder. El resto es historia. En algún momento, antes de que
empecemos a sentirnos como en un cocedero de marisco, tendremos que sentarnos a
hablar en serio del calentamiento global. Quizá no sea pronto, pero lo deseable
es que lo hagamos cuando todavía estemos a tiempo de arreglarlo. Para eso habrá
que arrinconar a los que gritan ¡Muera la inteligencia! Será una tarea
complicada, porque parece que muchas de sus tesis se han convertido en
tendencia. La gracia del tema es que tenemos que soportar por televisión
como un fulano que cree que Elvis está vivo en una isla del Pacífico y que el
gobierno de los USA tiene a un extraterrestre congelado en el Área 51, niega
con vehemencia que el clima del planeta esté sufriendo peligrosos cambios. “Eso
no es científico”, espeta a la cámara, mientras se da la vuelta y camina con brío para seguir haciendo fotos al cielo intentando captar la imagen de un
OVNI sobre su casa... de Nebraska.
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Llegó al hotel junto al resto de sus compañeros de la delegación. La mayoría eran viejos conocidos, con los que había mantenido batall...

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1 comentarios:
Muy triste lo que hacen estos negacionistas con la ciencia.
Ahora triunfa el hedonismo , conocer gente mediante trevia.es o cualquier otra aplicación de chat. Subir fotos a instagram.com mostrando lo guapos y guapas que somos.
Se nos está quedando un planeta divino donde podremos ir en bikini en invierno en el pirineo.
Menuda época nos ha tocado vivir.
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