La vida es un camino corto. Para muchos, demasiado. Todos recordamos a los que nos dejaron antes de tiempo en esta travesía. Por eso es necesario no pararse demasiado a calcular los pros y contras de cualquier decisión. Los humanos tenemos un instinto vital que nos hace ir siempre hacia adelante. Más allá, plus ultra, como hicieron en su día aquellos que salieron a la mar hacia el oeste sin otra cosa en el horizonte que agua y penurias. Aplicado a lo cotidiano, desde la humildad siempre debemos mirar hacia arriba. Es importante que cada uno, en la labor que le ha tocado en esta sociedad, dé lo mejor de si mismo para progresar. La suma de esos esfuerzos es el progreso de un país, o de cualquier pueblo o ciudad. Precisamente, es en los pequeños núcleos de población dónde más necesario se hace este espíritu. Hoy, los jóvenes y mayores abandonan su tierra natal por falta de trabajo y no por una progresión natural en su carrera profesional. Y eso es una tragedia. El exilio forzoso, el que no se gana sino que viene impuesto por la falta de oportunidades, se está comiendo nuestro medio rural. No hay Españas vivas o Españas que madrugan, tan de moda ahora estas expresiones en los corros políticos y mediáticos. La más real de esas Españas es la España vacía, que Sergio del Molino retrató a la perfección en su libro. Los que todavía luchan en el país de calles en silencio y plazas huérfanas de niños merecen más medallas que las que todavía luce en su pecho algún desalmado. Es una heroicidad querer morder la cola del león, subirse a sus lomos y cabalgar sin miedo, cogiendo impulso desde una pequeña ciudad. Te ayudan poco, las manos que te tienden casi siempre tienen el cuello como destino, y la envidia, esa tenia tan española, espera en silencio la oportunidad para que su huésped entone el "te lo dije". Gozan algunos más con esas tres palabras que con un décimo de lotería premiado. Es su droga dura. La esencia de los rendidos a ser cabeza de ratón. Esta horda, para nada silenciosa, es como una roca atada el tobillo del progreso. Se sienten cómodos en el erial, porque así tienen la oportunidad de destacar que no les otorgó ni su capacidad de trabajo, ni el intelecto. Hay que escapar de personajes así. Se llevarán al fondo con ellos todo lo que toquen, con tal de seguir siendo la cabeza del ratón. La farsa que rodea su petulante pasear por las calles seduce a unos pocos, pero incluso para esos hay un tiempo de reacción. Al final, justicia no divina, solo les espera la soledad. Bien porque logren su triunfo, y se conviertan en los amos del cementerio, o, anhelo con todas mis fuerzas, porque la victoria caiga del lado de los verdaderos luchadores. A estos últimos, honores.
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